Vivir con un diagnóstico de cáncer de mama es complejo y surrealista. Conlleva una inevitable pérdida de control. La experiencia, como he descubierto, puede ser como navegar por territorio desconocido sin un mapa. De repente te encuentras en el asiento del conductor de un confuso viaje médico y se te pide que tomes decisiones cruciales en un torbellino de confusión emocional.
Recuerdo perfectamente la primera vez que recibí la noticia. El torrente de emociones que sentí fue implacable, y la desesperación, inmensa. Pero entonces ocurrió algo curioso: empecé a afrontar esa pérdida de control. No soy de los que rezan con regularidad, pero sí abracé el concepto del estoicismo y el principio de Amor Fati, que en latín significa "ama tu destino". Llevaba conmigo una ficha a lo largo de mis tratamientos que me recordaba que cada día que tenemos es vital, que todo tiene un significado y que debemos abrazar cada momento que se nos regala.
No podía controlar el hecho de que tenía cáncer. Tampoco podía controlar las decisiones de mi equipo médico, en concreto la decisión de mi cirujano de practicarme una mastectomía. Pero sí podía controlar cómo reaccionaba ante ello, cómo afrontaba mis miedos y cómo me preparaba para lo que estaba por venir.
Al principio, encontré consuelo, e incluso distracción, en la actividad física. Me comprometí a mantenerme en forma durante todo el diagnóstico, como si estuviera entrenando para una maratón. Encarnar el espíritu de un atleta no sólo aliviaba mi cuerpo, sino también mi mente. Me daba algo potente que controlar, pero lo más importante es que era una metáfora poderosa. Como en un maratón, me recordaba a mí misma que sólo podía correr la milla en la que estaba, no las millas que tenía por delante ni las que había dejado atrás.
Compartir mi viaje también marcó una profunda diferencia. Es cierto que hablar abiertamente de mis sentimientos y miedos era un terreno nuevo, pero se convirtió en una forma de reclamar mi autonomía. Compartir mi viaje a través de diversos medios se convirtió en mi válvula de escape, sentí una sensación de control al llegar a otras mujeres, difundir la concienciación y normalizar la conversación sobre nuestros cuerpos y el cáncer de mama.
Y un día me resigné a la incertidumbre. Suena un poco taciturno, pero aceptar que no podía controlar el curso de mi cáncer me infundía una fuerza especial. Empecé a centrarme más en aquello sobre lo que podía influir: mis actitudes, mi salud mental, mi respuesta a las circunstancias cambiantes y la forma en que me comunicaba con mi equipo médico y mis seres queridos.
Dos cosas quedaron claras: aceptar la pérdida de control era clave y extraer del proceso el poco control que podía reclamar se convirtió en algo decisivo. Hoy espero que este humilde relato pueda ofrecerte algo parecido: la seguridad de que no estás solo navegando por este laberinto desorientador, que está bien llorar, sentirse perdido, pero también recordar que hay partes de este viaje que puedes retomar con tus propias manos.
A cualquiera de ustedes que se encuentre recorriendo este mismo camino agotador, recuérdenle que está bien y es normal sentir que ha perdido el control. Este es posiblemente uno de los aspectos más duros de vivir con cáncer de mama. Sin embargo, es en estos momentos de vulnerabilidad cuando a menudo descubrimos reservas de fuerza que no sabíamos que existían. No tienes que ser la superheroína de tu historia, sólo tienes que ser tú misma, día a día.
Para obtener recursos de apoyo emocional y de salud mental durante tu viaje, estos enlaces me resultaron muy útiles: Breast Cancer and Stages of Grief (Cáncer de mama y etapas del duelo) y Your New Favorite 10-minute Meditation (Tu nueva meditación favorita de 10 minutos). También escribí mi libro Flat Please como recurso para que otras mujeres sepan que no están solas en este viaje.